Durante el siglo pasado fue muy popular una ocurrente expresión, “tener más cuento que Calleja”. Desgraciadamente ha caído en desuso, y seguramente la mayoría de nuestros jóvenes no sabrán interpretar su significado y menos aún su origen. Esta frase colectiva era muy recurrente en las madres hartas de las excusas peregrinas y quejas de sus vástagos, también la escuché infinidad de veces cuando se desarrollaba un encuentro futbolístico y se producía una falta sobre algún jugador, que cuanto más se retorcía en el suelo, tanto más se exasperaba el respetable y al final se oía en boca de alguno de los parroquianos aquel entrañable dicho. Su origen está en el trabajo de Don Saturnino Calleja, un burgalés que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, hoy los cursis dirían de él que fue un emprendedor de éxito. Fundó la editorial más popular de las Españas, y lo digo en plural, porque por aquel entonces aún nuestra Nación se extendía por cuatro continentes. Pero no solo este hombre de letras fue un empresario, sino todo un filántropo y pedagogo, que se volcó en apoyar la labor de los maestros, y se preocupó enormemente por la instrucción de los niños. Para este fin, posibilitó que la lectura llegase a todos los hogares mediante sus cuentos. La novedad de este artículo era, que por muy poco dinero, se podían adquirir unos atractivos libros de pequeño tamaño con ilustraciones de alta calidad, que inducían a coleccionarlos.
En la actualidad, vivimos sumidos en una etapa de extinción de la clase media. Ocurre algo equiparable a lo que sucedió con aquellas especies de homínidos que estudiamos en el colegio, y que fueron suplantadas por otras nuevas, de igual modo percibimos que tal como surgió ese nivel social, poco a poco está desapareciendo. La clase media tomó vigor en la España del desarrollismo, se señoreó durante la llamada etapa de la sociedad del bienestar, cuando se alcanzaron unos derechos que ningún trabajador antes llegó a soñar, y donde, hasta cierto punto, había un sano equilibrio entre el coste que suponían los impuestos a los que se sometía a la población, con los servicios públicos ofrecidos. Pero llegó el gran mito del consenso, y con él un paulatino atraco no solo fiscal, sino de la opinión pública, a través de la coacción a la hora de poder entablar un debate sobre aquellas cuestiones que el consenso ha elevado hasta hacerlas actos de fe. Nunca una palabra fue más dañina para los españoles que consenso, pues en lugar de ser acuerdos que sirviesen para ahondar en las ventajas y libertades que estaba obteniendo la población, estos pactos fueron un entendimiento entre las élites políticas y económicas, que se ocuparon hábilmente de conducirnos a unas políticas de pobreza inducida a largo plazo, que hoy vemos más patentes que nunca. La primera piedra que inicia esta maquiavélica obra fue el consenso constitucional, en el que se fundamenta el Estado de Partidos que soportamos hoy, donde lo importante no es el ciudadano, sino el partido, sus intereses, ganar elecciones y mantenerse en el poder, ¿para qué? para crear una sólida clientela que vuelva a dar la victoria electoral, no a través de la virtud, sino de la necesidad. También de la Carta Magna procede otro de los consensos, el del Estado de las Autonomías, en el que la idea generalizada es la de que nos ha traído la más beneficiosa gestión que jamás hayamos tenido. Otros consensos de las élites que nos han traído hasta aquí, fueron los de la OTAN, que subyugó nuestra política exterior a intereses extranjeros; el de la entrada en la Unión Europea, que acabó con la soberanía política y energética, desindustrializó España y está acabando con nuestro sector primario; también se vendió como un éxito la entrada en el euro, sin tener ni de lejos un nivel económico equiparable a la de las otras naciones que ya hacían uso de él. A estos consensos clásicos hemos de añadir los de última generación, los que llamaremos terrores consensuados internacionales. Mediante el uso de conceptos asusta viejas, como el inminente cambio climático, se elaboran una serie de tramas que, aunque no lleguen a cuadrar completamente, tienen como desenlace la eliminación de libertades y el desplume impositivo a través de los combustibles, el uso de autovías, el pago de impuestos al plástico, a la electricidad, etcétera.
En este transcurso podemos apreciar cómo ha pasado la mayoría de nuestra sociedad de clase media formal, por un estadio mileurista y ahora casi nos conformamos con trabajar para pagar. Esta involución no ha sido como en el caso de los homínidos en miles de años, sino en decenios, durante los años del consenso, que es un cuento, que al contrario de los que vendía Calleja, salen muy pero que muy caros.